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domingo, 18 de agosto de 2024

YO SOY EL PAN DE VIDA



“Yo soy el Pan de vida”


Para encontrar a Jesús, una multitud de 5000 hombres debe ir a la búsqueda por la otra orilla. Y por casualidad, las barcas estaban a allí a su disposición. “Entonces la gente tomó las barcas” e hizo la travesía. Se recuerda que el domingo último toda la multitud quiso hacerlo rey.

 

Jesús se adapta a los campesinos galileos. En el borde del pozo, habló del agua, sed y de una fuente que salta hasta la vida eterna. En este lugar desértico, les habla de los símbolos diarios: el pan y el hambre. ¿De qué tienen hambre si hoy salieran cinco mil hombres en sus búsqueda?

 

El diagnóstico de Jesús es muy sencillo: lo que esperan no es el reino de Dios ni el discernimiento de los de los signos de los que hacen o forman su fe. Buscan simplemente ventajas materiales. Pero si da o hace signos desconcertantes o exigentes, lo dejarán aparte como se verá al final del discurso del Pan de vida.

 

Lejos de estar de acuerdo con los filósofos antiguos, Jesús no pide suprimir nuestros deseos, sino al contrario, quiere ampliarlos. Parece decirnos: “No os contentéis con un poco de vida cómoda en vuestro planeta, id más bien y desead la vida eterna”. Y busca estimular en cada persona aspiraciones y deseos mucho más elevados.

 

“No trabajad por el alimento que perece” Y si se le pregunta: “¿Qué hay que hacer por las obras de Dios?” él responde: “La obra de Dios es que creáis en el que Dios ha enviado” Es el fin del cuarto evangelio.

 

San Juan introduce una comparación sacada de la primera lectura: “En el desierto nuestros padres comieron el maná...” Este procedimiento era muy conocido por los rabinos judíos de su época. El maná, o el nuevo Pan del cielo, es el mismo Jesús. Se revela una vez más bajo el nombre Yo Soy, pues en el Éxodo es Dios mismo quien aplacó el hambre y la sed de su Pueblo.

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P. Felipe Santos 

¿PARA QUE SIRVE LA MISA? MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 18 DE AGOSTO DE 2024



¿PARA QUÉ SIRVE LA MISA?

 ⛪ EVANGELIO DEL DOMINGO | ¿Para qué sirve la misa?

Fuente: EWTN



La Eucaristía no es una oración privada o una bonita experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que Jesús hizo en la Última Cena. Nosotros decimos, para entender bien, que la Eucaristía es «memorial», o sea, un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo donado por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros. La Eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos. Nutrirnos de ese «Pan de vida» significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar sus elecciones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa entrar en un dinamismo de amor y convertirse en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo que hizo Jesús. Papa Francisco, Ángelus, 16 de agosto del 2015

jueves, 25 de agosto de 2022

¿QUÉ ES LA EUCARISTÍA?


¿Qué es la Eucaristía?


La Eucaristía es la consagración del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre que renueva mística y sacramentalmente el sacrificio de Jesucristo en la Cruz. La Eucaristía es Jesús real y personalmente presente en el pan y el vino que el sacerdote consagra. Por la fe creemos que la presencia de Jesús en la Hostia y el vino no es sólo simbólica sino real; esto se llama el misterio de la transubstanciación ya que lo que cambia es la sustancia del pan y del vino; los accidentes -forma, color, sabor, etc.- permanecen iguales.

La institución de la Eucaristía, tuvo lugar durante la última cena pascual que celebró con sus discípulos y los cuatro relatos coinciden en lo esencial, en todos ellos la consagración del pan precede a la del cáliz; aunque debemos recordar, que en la realidad histórica, la celebración de la Eucaristía (Fracción del Pan) comenzó en la Iglesia primitiva antes de la redacción de los Evangelios.

Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última Cena: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros... Este es el cáliz de mi Sangre..."
. Encuentro con Jesús amor

Necesariamente el encuentro con Cristo Eucaristía es una experiencia personal e íntima, y que supone el encuentro pleno de dos que se aman. Es por tanto imposible generalizar acerca de ellos. Porque sólo Dios conoce los corazones de los hombres. Sin embargo sí debemos traslucir en nuestra vida, la trascendencia del encuentro íntimo con el Amor. Resulta lógico pensar que quien recibe esta Gracia, está en mayor capacidad de amar y de servir al hermano y que además alimentado con el Pan de Vida debe estar más fortalecido para enfrentar las pruebas, para encarar el sufrimiento, para contagiar su fe y su esperanza. En fin para llevar a feliz término la misión, la vocación, que el Señor le otorgue.

Si apreciáramos de veras la Presencia real de Cristo en el sagrario, nunca lo encontraríamos solo, únicamente acompañado de la lámpara Eucarística encendida, el Señor hoy nos dice a todos y a cada uno, lo mismo que les dijo a los Apóstoles "Con ansias he deseado comer esta Pascua con vosotros " Lc.22,15. El Señor nos espera con ansias para dársenos como alimento; ¿somos conscientes de ello, de que el Señor nos espera en el Sagrario, con la mesa celestial servida? Y nosotros ¿Por qué lo dejamos esperando? O es que acaso, ¿Cuándo viene alguien de visita a nuestra casa, lo dejamos sólo en la sala y nos vamos a ocupar de nuestras cosas?

Eso exactamente es lo que hacemos en nuestro apostolado, cuando nos llenamos de actividades y nos descuidamos en la oración delante del Señor, que nos espera en el Sagrario, preso porque nos "amó hasta el extremo" y resulta que, por quien se hizo el mundo y todo lo que contiene (nosotros incluidos) se encuentra allí, oculto a los ojos, pero increíblemente luminoso y poderoso para saciar todas nuestras necesidades.


 

jueves, 20 de enero de 2022

EL SAGRARIO - REFLEXIÓN



 El sagrario


Me apasiona hablar y escribir sobre la presencia real y verdadera de Jesús VIVO, en el sagrario. Algunos se preguntan qué es el sagrario, por qué hablo tanto del sagrario, o mejor: quién habita en el sagrario.

El sagrario es el recinto en la Iglesia destinado para la reserva de la Eucaristía. Es como una casita con llave y una lamparita roja al lado que te indica que allí está Jesús. 

El sacerdote guarda en el sagrario las hostias consagradas que no fueron consumidas durante la misa. Es bueno que los católicos se acerquen a los sagrarios sabiendo que en ellos habita el prisionero de amor, el amigo de amigos, el Rey de Reyes: Jesús Sacramentado.

Siempre me han impresionado las palabras de un obispo que solía pedir de limosna, no dinero, ni ropa para los pobres, ni comida. Él pedía gestos de amor para Jesús en los sagrarios abandonados.

“Permitidme que, yo que invoco muchas veces la solicitud de vuestra caridad en favor de los niños pobres y de todos los pobres abandonados, invoque hoy vuestra atención y vuestra cooperación en favor del más abandonado de todos los pobres: el Santísimo Sacramento. Os pido una limosna de cariño para Jesucristo Sacramentado…” (San Manuel Gonzáles). 

Por favor no dejes solo a Jesús, anda a verlo. Es un prisionero de amor, en espera de nuestro afecto y compañía. 

Creo que te lo he comentado en alguna ocasión. A menudo me escriben lectores de estos escritos en Aleteia y algunos que han leído mis libros.

Me preguntan qué hacer para recuperar sus fuerzas y esperanza, para vivir felices, con paz interior (qué valiosa es la paz, te percatas cuando la pierdes…). 

Muchas veces no tengo la respuesta a sus inquietudes, pero sí sé quién las tiene. Por ello, a todos recomiendo lo mismo, una y otra vez: “Ve al sagrario y cuéntale todo a Jesús”.

Un amigo que vive en Canadá me preguntó qué hacer ante los difíciles momentos que estamos viviendo en el mundo. Le recomendé lo que a todos recomiendo: “Ve al sagrario y habla con Jesús. Cuéntale todo.”

Hoy me envió esta nota. Te copio sus palabras, porque son edificantes y de pronto te pueden ayudar.

“Claudio, el martes seguí tu consejo y me fui a hacerle una visita a Jesús Sacramentado. Me estuve un poco más de una hora, simplemente hablándole. Al salir el mundo seguía igual, mis problemas y preocupaciones seguían ahí, pero… sentí una paz indescriptible. Volví a mi casa muy feliz de haberlo hecho”.



—Autor: Claudio de Castro / Aleteia—

lunes, 13 de diciembre de 2021

AQUÍ HAY ALGUIEN... JESÚS EUCARISTÍA


 

Aquí hay alguien

Autor: Jesús David Rodríguez González


 

Aquí hay alguien más grande,

que todo el Universo.

Aquí hay alguien más resplandeciente,

que el mismo Sol.

Aquí hay alguien más bello,

que las Estrellas.

Aquí hay alguien más profundo,

que los Mares de la tierra.

Aquí hay alguien más sabio,

que todas las Ciencias.

Aquí hay alguien más importante,

que el Oro del mundo.

Aquí hay alguien más fuerte,

que la Roca.

Aquí hay alguien más misterioso,

que cualquier Secreto.

Aquí hay alguien más dulce,

que la Miel.

Aquí hay alguien más necesario,

que la Vida.

Aquí hay alguien más grande,

su nombre es.....Jesús

y se encuentra en la Eucaristía. 

miércoles, 12 de mayo de 2021

NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA, 13 DE MAYO

 


Nuestra Señora de Fátima
Memoria Litúrgica, 13 de mayo
Fuente: Cristiandad.org




La Santísima Virgen María
se manifestó a tres niños campesinos
Nuestra Señora la Bienaventurada Virgen María de Fátima, en Portugal. En la localidad de Aljustrel, la contemplación de la que, en el orden de la gracia, es nuestra Madre clementísima, suscita en muchos fieles, no obstante las adversidades, la oración por los pecadores y la profunda conversión de los corazones.

En 1917, en el momento de las apariciones, Fátima era una ciudad desconocida de 2.500 habitantes, situada a 800 metros de altura y a 130 kilómetros al norte de Lisboa, casi en el centro de Portugal. Hoy Fátima es famosa en todo el mundo y su santuario lo visitan innumerables devotos.

Allí, la Virgen se manifestó a niños de corta edad: Lucía, de diez años, Francisco, su primo, de nueve años, un jovencito tranquilo y reflexivo, y Jacinta, hermana menor de Francisco, muy vivaz y afectuosa. Tres niños campesinos muy normales, que no sabían ni leer ni escribir, acostumbrados a llevar a pastar a las ovejas todos los días. Niños buenos, equilibrados, serenos, valientes, con familias atentas y premurosas.

Los tres habían recibido en casa una primera instrucción religiosa, pero sólo Lucía había hecho ya la primera comunión.

Las apariciones estuvieron precedidas por un "preludio angélico": un episodio amable, ciertamente destinado a preparar a los pequeños para lo que vendría.

Lucía misma, en el libro Lucia racconta Fátima (Editrice Queriniana, Brescia 1977 y 1987) relató el orden de los hechos, que al comienzo sólo la tuvieron a ella como testigo. Era la primavera de 1915, dos años antes de las apariciones, y Lucía estaba en el campo junto a tres amigas. Y esta fue la primera manifestación del ángel:

Sería más o menos mediodía, cuando estábamos tomando la merienda. Luego, invité a mis compañeras a recitar conmigo el rosario, cosa que aceptaron gustosas. Habíamos apenas comenzado, cuando vimos ante nosotros, como suspendida en el aire, sobre el bosque, una figura, como una estatua de nieve, que los rayos del sol hacían un poco transparente. "¿Qué es eso?", preguntaron mis compañeras, un poco atemorizadas. "No lo sé". Continuamos nuestra oración, siempre con los ojos fijos en aquella figura, que desapareció justo cuando terminábamos (ibíd., p. 45).

El hecho se repitió tres veces, siempre, más o menos, en los mismos términos, entre 1915 y 1916.

Llegó 1917, y Francisco y Jacinta obtuvieron de sus padres el permiso de llevar también ellos ovejas a pastar; así cada mañana los tres primos se encontraban con su pequeño rebaño y pasaban el día juntos en campo abierto. Una mañana fueron sorprendidos por una ligera lluvia, y para no mojarse se refugiaron en una gruta que se encontraba en medio de un olivar. Allí comieron, recitaron el rosario y se quedaron a jugar hasta que salió de nuevo el sol. Con las palabras de Lucía, los hechos sucedieron así:

... Entonces un viento fuerte sacudió los árboles y nos hizo levantar los ojos... Vimos entonces que sobre el olivar venía hacia nosotros aquella figura de la que ya he hablado. Jacinta y Francisco no la habían visto nunca y yo no les había hablado de ella. A medida que se acercaba, podíamos ver sus rasgos: era un joven de catorce o quince años, más blanco que si fuera de nieve, el sol lo hacía transparente como de cristal, y era de una gran belleza. Al llegar junto a nosotros dijo: "No tengan miedo. Soy el ángel de la paz. Oren conmigo". Y arrodillado en la tierra, inclinó la cabeza hasta el suelo y nos hizo repetir tres veces estas palabras: "Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman". Luego, levantándose, dijo: "Oren así. Los corazones de Jesús y María están atentos a la voz de sus súplicas". Sus palabras se grabaron de tal manera en nuestro espíritu, que jamás las olvidamos y, desde entonces, pasábamos largos períodos de tiempo prosternados, repitiéndolas hasta el cansancio (ibíd, p. 47).

En el prefacio al libro de Lucía, el padre Antonio María Martins anota con mucha razón que la oración del ángel "es de una densidad teológica tal" que no pudo haber sido inventada por unos niños carentes de instrucción. "Ha sido ciertamente enseñada por un mensajero del Altísimo", continúa el estudioso. "Expresa actos de fe, adoración, esperanza y amor a Dios Uno y Trino".

Durante el verano el ángel se presentó una vez más a los niños, invitándolos a ofrecer sacrificios al Señor por la conversión de los pecadores y explicándoles que era el ángel custodio de su patria, Portugal.

Pasó el tiempo y los tres niños fueron de nuevo a orar a la gruta donde por primera vez habían visto al ángel. De rodillas, con la cara hacia la tierra, los pequeños repiten la oración que se les enseñó, cuando sucede algo que llama su atención: una luz desconocida brilla sobre ellos. Lucía lo cuenta así:

Nos levantamos para ver qué sucedía, y vimos al ángel, que tenía en la mano izquierda un cáliz, sobre el que estaba suspendida la hostia, de la que caían algunas gotas de sangre adentro del cáliz.

El ángel dejó suspendido el cáliz en el aire, se acercó a nosotros y nos hizo repetir tres veces: "Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te ofrezco el preciosísimo cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo...". Luego se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia; me dio la hostia santa y el cáliz lo repartió entre Jacinta y Francisco... (ibíd., p. 48).

El ángel no volvió más: su tarea había sido evidentemente la de preparar a los niños para los hechos grandiosos que les esperaban y que tuvieron inicio en la primavera de 1917, cuarto año de la guerra, que vio también la revolución bolchevique.


El 13 de mayo era domingo anterior a la Ascensión. Lucía, Jacinta y Francisco habían ido con sus padres a misa, luego habían reunido sus ovejas y se habían dirigido a Cova da Iria, un pequeño valle a casi tres kilómetros de Fátima, donde los padres de Lucía tenían un cortijo con algunas encinas y olivos.

Aquí, mientras jugaban, fueron asustados por un rayo que surcó el cielo azul: temiendo que estallara un temporal, decidieron volver, pero en el camino de regreso, otro rayo los sorprendió, aún más fulgurante que el primero. Dijo Lucía:

A los pocos pasos, vimos sobre una encina a una Señora, toda vestida de blanco, más brillante que el sol, que irradiaba una luz más clara e intensa que la de un vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesada por los rayos del sol más ardiente. Sorprendidos por la aparición, nos detuvimos. Estábamos tan cerca que nos vimos dentro de la luz que la rodeaba o que ella difundía. Tal vez a un metro o medio de distancia, más o menos... (ibíd., p. 118).

La Señora habló con voz amable y pidió a los niños que no tuvieran miedo, porque no les haría ningún daño. Luego los invitó a venir al mismo sitio durante seis meses consecutivos, el día 13 a la misma hora, y antes de desaparecer elevándose hacia Oriente añadió: "Reciten la corona todos los días para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra".

Los tres habían visto a la Señora, pero sólo Lucía había hablado con ella; Jacinta había escuchado todo, pero Francisco había oído sólo la voz de Lucía.

Lucía precisó después que las apariciones de la Virgen no infundían miedo o temor, sino sólo "sorpresa": se habían asustado más con la visión del ángel.

En casa, naturalmente, no les creyeron y, al contrario, fueron tomados por mentirosos; así que prefirieron no hablar más de lo que habían visto y esperaron con ansia, pero con el corazón lleno de alegría, que llegara el 13 de junio.

Ese día los pequeños llegaron a la encina acompañados de una cincuentena de curiosos. La aparición se repitió y la Señora renovó la invitación a volver al mes siguiente y a orar mucho. Les anunció que se llevaría pronto al cielo a Jacinta y Francisco, mientras Lucía se quedaría para hacer conocer y amar su Corazón Inmaculado. A Lucía, que le preguntaba si de verdad se quedaría sola, la Virgen respondió: "No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios". Luego escribió Lucía en su libro:

En el instante en que dijo estas últimas palabras, abrió las manos y nos comunicó el reflejo de aquella luz inmensa. En ella nos veíamos como inmersos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba al cielo y yo en la que se difundía sobre la tierra. En la palma de la mano derecha de la Virgen había un corazón rodeado de espinas, que parecían clavarse en él. Comprendimos que era el Corazón Inmaculado de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, y que pedía reparación (ibíd., p. 121).

Cuando la Virgen desapareció hacia Oriente, todos los presentes notaron que las hojas de las encinas se habían doblado en esa dirección; también habían visto el reflejo de la luz que irradiaba la Virgen sobre el rostro de los videntes y cómo los transfiguraba.

El hecho no pudo ser ignorado: en el pueblo no se hablaba de otra cosa, naturalmente, con una mezcla de maravilla e incredulidad.

La mañana del 13 de julio, cuando los tres niños llegaron a Cova da Iria, encontraron que los esperaban al menos dos mil personas. La Virgen se apareció a mediodía y repitió su invitación a la penitencia y a la oración. Solicitada por sus padres, Lucía tuvo el valor de preguntarle a la Señora quién era; y se atrevió a pedirle que hiciera un milagro que todos pudieran ver. Y la Señora prometió que en octubre diría quién era y lo que quería y añadió que haría un milagro que todos pudieran ver y que los haría creer.

Antes de alejarse, la Virgen mostró a los niños los horrores del infierno (esto, sin embargo, se supo muchos años después, en 1941, cuando Lucía, por orden de sus superiores escribió las memorias recogidas en el libro ya citado. En ese momento, Lucía y sus primos no hablaron de esta visión en cuanto hacía parte de los secretos confiados a ellos por la Virgen, cuya tercera parte aún se ignora) y dijo que la guerra estaba por terminar, pero que si los hombres no llegaban a ofender a Dios, bajo el pontificado de Pío XII estallaría una peor.

Cuando vean una noche iluminada por una luz desconocida, sabrán que es el gran signo que Dios les da de que está por castigar al mundo a causa de sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de la persecución a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, quiero pedirles la consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado y la comunión reparadora los primeros sábados. Si cumplen mi petición, Rusia se convertirá y vendrá la paz. Si no, se difundirán en el mundo sus horrores, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia... Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y se le concederá al mundo un período de paz... (ibíd., p. 122).

Después de esta aparición, Lucía fue interrogada de modo muy severo por el alcalde, pero no reveló a ninguno los secretos confiados por la Virgen.

El 13 de agosto, la multitud en Cova era innumerable: los niños, sin embargo, no llegaron. A mediodía en punto, sobre la encina, todos pudieron ver el relámpago y la pequeña nube luminosa. ¡La Virgen no había faltado a su cita! ¿Qué había sucedido? Los tres pastorcitos habían sido retenidos lejos del lugar de las apariciones por el alcalde, que con el pretexto de acercarlos en auto, los había llevado a otro lado, a la casa comunal, y los había amenazado con tenerlos prisioneros si no le revelaban el secreto. Ellos callaron, y permanecieron encerrados. Al día siguiente hubo un interrogatorio con todas las de la ley, y con otras amenazas, pero todo fue inútil, los niños no abandonaron su silencio.

Finalmente liberados, los tres pequeños fueron con sus ovejas a Cova da Iria el 19 de agosto, cuando, de repente, la luz del día disminuyó, oyeron el relámpago y la Virgen apareció: pidió a los niños que recitaran el rosario y se sacrificaran para redimir a los pecadores. Pidió también que se construyera una capilla en el lugar.

Los tres pequeños videntes, profundamente golpeados por la aparición de la Virgen, cambiaron gradualmente de carácter: no más juegos, sino oración y ayuno. Además, para ofrecer un sacrificio al Señor se prepararon con un cordel tres cilicios rudimentarios, que llevaban debajo de los vestidos y los hacían sufrir mucho. Pero estaban felices, porque ofrecían sus sufrimientos por la conversión de los pecadores.

El 13 de septiembre, Cova estaba atestada de personas arrodilladas en oración: más de veinte mil. A mediodía el sol se veló y la Virgen se apareció acompañada de un globo luminoso: invitó a los niños a orar, a no dormir con los cilicios, y repitió que en octubre se daría un milagro. Todos vieron que una nube cándida cubría a la encina y a los videntes. Luego reapareció el globo y la Virgen desapareció hacia Oriente, acompañada de una lluvia, vista por todos, de pétalos blancos que se desvanecieron antes de tocar tierra. En medio de la enorme emoción general, nadie dudaba que la Virgen en verdad se había aparecido.

El 13 de octubre es el día del anunciado milagro. En el momento de la aparición se llega a un clima de gran tensión. Llueve desde la tarde anterior. Cova da Iria es un enorme charco, pero no obstante miles de personas pernoctan en el campo abierto para asegurar un buen puesto.

Justo al mediodía, la Virgen aparece y pide una vez más una capilla y predice que la guerra terminará pronto. Luego alza las manos, y Lucía siente el impulso de gritar que todos miren al sol. Todos vieron entonces que la lluvia cesó de golpe, las nubes se abrieron y el sol se vio girar vertiginosamente sobre sí mismo proyectando haces de luz de todos los colores y en todas direcciones: una maravillosa danza de luz que se repitió tres veces.


La impresión general, acompañada de enorme estupor y preocupación, era que el sol se había desprendido del cielo y se precipitaba a la tierra. Pero todo vuelve a la normalidad y la gente se da cuenta de que los vestidos, poco antes empapados por el agua, ahora están perfectamente secos. Mientras tanto la Virgen sube lentamente al cielo en la luz solar, y junto a ella los tres pequeños videntes ven a san José con el Niño.

Sigue un enorme entusiasmo: las 60.000 personas presentes en Cova da Iria tienen un ánimo delirante, muchos se quedan a orar hasta bien entrada la noche.

Las apariciones se concluyen y los niños retoman su vida de siempre, a pesar de que son asediados por la curiosidad y el interés de un número siempre mayor de personas: la fama de Fátima se difunde por el mundo.

Entre tanto las predicciones de la Virgen se cumplen: al final de 1918 una epidemia golpea a Fátima y mina el organismo de Francisco y Jacinta. Francisco muere santamente en abril del año siguiente como consecuencia del mal, y Jacinta en 1920, después de muchos sufrimientos y de una dolorosísima operación.

En 1921, Lucía entra en un convento y en 1928 pronuncia los votos. Será sor María Lucía de Jesús.

Se sabe que, luego de concluir el ciclo de Fátima, Lucía tuvo otras apariciones de la Virgen (en 1923, 1925 y 1929), que le pidió la devoción de los primeros sábados y la consagración de Rusia.

En Fátima las peticiones de la Virgen han sido atendidas: ya en 1919 fue erigida por el pueblo una primera modesta capilla. En 1922 se abrió el proceso canónico de las apariciones y el 13 de octubre de 1930 se hizo pública la sentencia de los juicios encargados de valorar los hechos: "Las manifestaciones ocurridas en Cova da Iria son dignas de fe y, en consecuencia, se permite el culto público a la Virgen de Fátima".

También los papas, de Pío XII a Juan Pablo II, estimaron mucho a Fátima y su mensaje. Movido por una carta de sor Lucía, Pío XII consagraba el mundo al Corazón Inmaculado de María el 31 de octubre de 1942. Pablo VI hizo referencia explícita a Fátima con ocasión de la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II. Juan Pablo II fue personalmente a Fátima el 12 de mayo de 1982: en su discurso agradeció a la Madre de Dios por su protección justamente un año antes, cuando se atentó contra su vida en la plaza de San Pedro.

Con el tiempo, se han construido en Fátima una grandiosa basílica, un hospital y una casa para ejercicios espirituales. Junto a Lourdes, Fátima es uno de los santuarios marianos más importantes y visitados del mundo.






jueves, 25 de febrero de 2021

DON DE FE: CREER EN LA PRESENCIA REAL DE JESÚS AMIGO

  


Don de fe: Creer en la presencia real de Jesús amigo
“Doy fe de lo que significa creer en la presencia real, viva, de Jesús: del tú amigo que respondía a mi necesidad más sentida, la de poder hablar con otro de amistad o de las dificultades y esperanzas.

Después, en mis viajes de un lado para otro, encontrarme con la Eucaristía era hacerlo con el amigo que me libraba del sentimiento solitario.

¡Qué difícil es vivir y pasar las jornadas por empeño, por disciplina, para no deteriorar la propia imagen, por coherencia con el ministerio, por coincidencia con el papel que se debe asumir!

¡Qué distinto es sentirse relacionado, querido, estimulado por la presencia de un tú amigo!  Para mí, en esos momentos tuvo especial realismo la presencia sacramental de Jesucristo en la Eucaristía.

Fue como el ángel en desierto del Néguev..., como el ángel que en Getsemaní consolaba a Jesús..., como los ángeles de la mañana de Pascua que anunciaban a las mujeres la resurrección... Esta relación fue para mí el Tú esencial, necesario para poder atravesar mis desiertos externos e internos, la presencia viva y favorable de alguien que, fuera de mí mismo, me hacía sentirme persona”.


Libro Pan de Eucaristía
Autor: Ángel Moreno

miércoles, 14 de octubre de 2020

TARDE TE AME DIOS MÍO - SAN AGUSTÍN



Tarde te Ame Dios Mío

Autor: San Agustín (Confesiones 10, 26, 37)



“Tarde te amé, Dios mío, hermosura siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé.

Tú estabas dentro de mí y yo afuera y así por fuera te buscaba y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste.

Tú estabas conmigo pero yo no estaba contigo.

Me llamaste y clamaste y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré y ahora te anhelo; gusté de Ti y ahora siento hambre y sed de Ti.

¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí!

Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico y yo estoy enfermo;

Tú eres misericordioso y yo soy miserable.

Toda mi esperanza estriba en tu muy grande misericordia.

Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”. 

jueves, 30 de abril de 2020

JUEVES EUCARÍSTICO: EL ALTAR, PUERTO DE LLEGADA Y DE PARTIDA


El altar, puerto de llegada y de partida
Es el lugar donde está el Cuerpo y la Sangre, es navío donde se transportan nuestras intenciones al corazón de Dios.


Por: P. Carlos M. Buela | Fuente: Catholic.net




¡El altar!...

Es el centro del templo. El templo es un pequeño cielo en la tierra, pero lo que en el templo hay de más celestial y divino, es el altar.

Es el polo más importante de la acción litúrgica por excelencia, la Eucaristía.

El altar es, una cosa excelsa, elevada, no sólo por el lugar elevado que ocupa, sino por las funciones que sobre él se celebran.

Es lecho donde reposa el Cuerpo entregado y la Sangre derramada.

Es atalaya desde donde se divisan los horizontes del mundo, ya que «cuando yo sea levantado de la tierra – dijo Cristo – atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32).

Es navío por donde se transportan nuestras intenciones al corazón de Dios.

Es faro que ilumina todas las realidades existentes, sin excluir ninguna, en especial las humanas, porque «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado».

Es pupitre porque en él la Santa Trinidad escribe en nuestras almas las más sublimes palabras de vida eterna.

Es oasis en el que los cansados del camino renuevan las fuerzas: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28).

Es base de lanzamiento de donde pasa la Víctima divina junto con nuestros sacrificios espirituales al altar del cielo.

Es ágora, punto de encuentro y de contacto de todos los hombres y mujeres que fueron, que son y que serán.


Es puerto de llegada y de partida.

Es mástil y torreta de navío desde donde debe mirarse el camino a recorrer para no errar el rumbo.

Es «fuente de la unidad de la Iglesia y de concordia entre hermanos».

Es cabina de comando desde donde deben tomarse las correctas decisiones para hacer siempre la Voluntad de Dios.

Es clarín que convoca a los que se violentan a sí mismos: «El Reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo conquistan» (Mt 11, 12).

Es bandera desplegada porque abiertamente nos manifiesta todo lo que Dios nos ama y, con toda libertad, nos enseña cómo ser auténticamente libres.

Es ejército en orden de batalla, donde claudican las huestes enemigas.

Es regazo materno, seguro cobijo para el desamparado.

Es encrucijada de todas las lenguas, razas, pueblos, culturas, tiempos y geografías, y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad de toda creencia, porque «por todos murió Cristo» 
(2 Cor 5, 15).

Es antorcha porque la cruz «mantiene viva la espera … de la resurrección».


Es trampolín que nos lanza a la vida eterna.

Es hogar, horno, brasero, donde obra el Espíritu, 
«el fuego del altar» (Ap 8, 5).

Es mesa donde se sirve el banquete de los hijos de Dios, por eso se le pone encima mantel. Sobre él, se reitera el milagro de la Última Cena en el Cenáculo de Jerusalén. Se realiza la transubstanciación.

Es «símbolo de Cristo», que fue el sacerdote, la víctima y el altar de su propio sacrificio, como decían San Epifanio y San Cirilo de Alejandría.

Es el Altar vivo del Templo celestial. «El altar de la Santa Iglesia es el mismo Cristo». Es el propiciatorio del mundo. «El misterio del altar llega a su plenitud en Cristo». María está junto a Él.

Es imagen del Cuerpo místico, ya que «Cristo, Cabeza y Maestro, es altar verdadero, también sus miembros y discípulos son altares espirituales, en los que se ofrece a Dios el sacrificio de una vida santa». San Policarpo amonesta a las viudas porque «son el altar de Dios». «¿Qué es el altar de Dios, sino el espíritu de los que viven bien?… Con razón, entonces, el corazón (de los justos) es llamado altar de Dios», enseña San Gregorio Magno.

Es ara. Sobre todo, es ara. Sobre él se perpetúa, a través de los siglos y hasta el fin del mundo, de manera incruenta, el Único sacrificio de la cruz.

jueves, 30 de enero de 2020

IN PERSONA CHRISTI: LA EUCARISTÍA

In Persona Christi: La Eucaristía
La expresión de que el sacerdote actúa In Persona Christi significa que actúa como Cristo mismo.


Por: Mons. Carlos Briseño Arch | Fuente: vicariadepastoral.org




Hoy día, en el mundo que nos toca vivir, se ha perdido mucho el sentido de lo sagrado. Entramos a un templo y nos cuesta mucho leer los signos religiosos en los que nos quiere envolver un templo.

Vemos una imagen o un cuadro y nos interesa más su antigüedad o quién lo pintó. Y, sobretodo, si es valiosa económicamente. Más que descubrir en la obra, el mensaje de fe de quien la hizo.

El incienso, las velas encendidas, el ornamento de los que celebran, poco nos dicen. Todo ello es muestra de que hemos perdido mucho el sentido de lo sagrado.

Antes se le besaba la mano al sacerdote, porque eran manos consagradas, hoy ese signo no se entiende.

En este contexto nos cuesta mucho entender, la expresión de que el sacerdote actúa In Persona Christi significa actúa como Cristo mismo, nuestro Señor y Sumo Sacerdote ante Dios Padre.


Muchos sinónimos se usan para expresar esta realidad que configura al sacerdote, por el carácter recibido en la ordenación, así: vicem Dei, vicem Christi, in persona Dei, gerit personam Christi, in nomini Christi, representando a Cristo, personificando a Cristo, representación sacramental de Cristo Cabeza, etc.

La actuación del sacerdote in persona Christi es muy singular. Específicamente la podemos ver en la consagración de la Misa.

Como las formas de los sacramentos deben ajustarse a la realidad, la forma de la Eucaristía difiere de los demás sacramentos en dos cosas:

1 Porque las formas de los demás sacramentos significan el uso de la materia, como en el bautismo, la confirmación, etc.; por el contrario, la forma de la Eucaristía significa la consagración de la materia que consiste en la transubstanciación, por eso se dice: "Esto es mi cuerpo" - "Este es el cáliz de mi sangre".

2 Las formas de los otros sacramentos se dicen en la persona del ministro ("ex persona ministri"), como quien realiza una acción: "Yo te bautizo…" - "Yo te absuelvo…"; o, en la Confirmación y en la Unción de los enfermos, en forma deprecativa: "N.N., recibe por esta señal el don del Espíritu Santo" - "Por esta Santa Unción y por su bondadosa misericordia…", etc.
                              

Por el contrario, la forma del sacramento de la Eucaristía se profiere en la persona de Cristo que habla, in persona Christi loquendi, dando a entender que el sacerdote ministerial no hace otra cosa más que decir las palabras de Cristo en la confección de la Eucaristía (Cf. S. Th., III, 78, 1.).


Por eso decía el gran San Ambrosio: "La consagración se hace con palabras y frases del Señor Jesús. Las restantes palabras que se profieren alaban a Dios, ruegan por el pueblo, por los reyes, por todos. Cuando el sacerdote se pone a consagrar el venerable sacramento, ya no usa sus palabras, sino las de Cristo. La palabra de Cristo, en consecuencia hace el sacramento" ( De Sacramentis, L.4, c.4.).

Hay que aclarar que como todos los sacramentos son acciones de Cristo, algunos dicen, que el sacerdote en todos ellos obra in persona Christi, pero, eso sólo se puede decir en sentido amplio. De hecho, el ministro del bautismo válido y lícito, puede ser un laico, una mujer, un no bautizado; y los ministros del sacramento del matrimonio, válido y lícito, son los mismos cónyuges; y ninguno de los ministros mencionados de estos sacramentos tiene el carácter que les da el poder de obrar in persona Christi. Por otra parte, la concelebración eucarística se justifica desde el actuar de los concelebrantes in persona Christi, dice al respecto Santo Tomás, respondiendo a la objeción de que sería superfluo que lo que puede hacer uno lo hicieran muchos: "Si cada sacerdote actuara con virtud propia, sobrarían los demás celebrantes; cada uno tendría virtud suficiente. Pero, como el sacerdote consagra en persona de Cristo y muchos son "uno en Cristo" (Gal 3, 28), de ahí que no importe si el sacramento es consagrado por uno o por muchos…" (S. Th., III, 82, 2, ad 2) Y no hay, propiamente, concelebración en los otros sacramentos. Es de hacer notar que en la concelebración "se manifiesta apropiadamente la unidad del sacerdocio" (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 57) y, en otro documento se enseña: "se expresa adecuadamente la unidad del sacerdocio y del sacrificio, como también la de todo el pueblo de Dios" (Normas generales del Misal Romano, n. 153), por razón de que los sacerdotes, debido al carácter sacerdotal, obran in persona Christi.

Además, más adelante, agrega Santo Tomás refiriéndose al sacramento-sacrificio: " …éste sacramento es de tanta dignidad, que se hace en la persona de Cristo. Todo el que obra en persona de otro debe hacerlo por la potestad que le han conferido… Cristo, cuando se ordena al sacerdote, le da poder para consagrar este sacramento en persona de Cristo. Así pone a éste sacerdote en el grado de aquellos a quienes dijo: "Haced esto en conmemoración mía"". (En III, 82, 2 agrega: "El sacerdote entra a formar parte del grupo de aquellos que en la Cena recibieron del Señor el poder de consagrar"). "Es propio del sacerdote confeccionar este sacramento" (Cf. S. Th., III, 82, 1). Y obrar en persona de Cristo es absolutamente necesario para que el sacrificio de la Misa sea el mismo sacrificio de la cruz: no sólo es necesaria la misma Víctima, también es necesario el mismo Acto interior oblativo y el mismo Sacerdote. Sólo así se tiene, sustancialmente, el mismo y único sacrificio, sólo accidentalmente distinto.

El no valorar correctamente la realidad del carácter sacerdotal que habilita para actuar in persona Christi debilita el sentido de identidad sacerdotal, ni se ve cómo los ordenados que se vuelven herejes, cismáticos o excomulgados consagran válidamente -aunque ilícitamente- (Cf. I Concilio de Nicea, Dz. 55; San Atanasio II, Dz. 169; San Gregorio Magno, Dz. 249; ver Dz. 358. 1087), al igual que el porqué el sacerdote pecador consagra válidamente. El debilitar la importancia del obrar in persona Christi.

Todos los cristianos, los bautizados en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, debemos ser otro Cristo, vivir y actuar como Cristo, pero el sacerdote actúa de manera especialísima In Persona Christi, Cristo mismo, cuando preside la Liturgia de la Sagrada Eucaristía. Esto tiene una consecuencia en nuestra relación con la Eucaristía y el sacerdote que la celebra. Vamos a la Eucaristía a encontrarnos con Cristo en la persona del sacerdote. Por lo tanto, Cristo debe ser el motivo principal. Cuando perdemos este aspecto, centramos la Eucaristía en la persona del sacerdote, desvinculándola de su carácter mistérico. Centrándonos en las cualidades físicas, de dicción o de elocuencia del que preside. De ahí la importancia de recobrar y ayudar a los fieles a recobrar esa visión sobrenatural de la Eucaristía. Es importante hacer un esfuerzo por descubrir, en el sacerdote anciano, enfermo, con limitaciones de todo tipo, a Cristo que se hace frecuente en él. Así como Cristo en el Evangelio nos invita a descubrirlo en el que tiene hambre, sed, está desnudo , enfermo o en la cárcel…

Es cierto que es necesario que el sacerdote al actuar In Persona Christi haga un esfuerzo en su vida personal para  ser un instrumento y mediación de amor y misericordia, convirtiéndose en misericordia y amor con su conducta, como dijo san Agustín de Hipona.

Por ello les invito a que oremos para que todo sacerdote vaya adelantando y perfeccionando su ser y, transparente a Cristo en su vida.


Oración por los Sacerdotes
Oración del Apóstol (s.XIV)

Cristo, no tiene manos,
tiene solamente nuestras manos
para hacer el trabajo de hoy.

Cristo no tiene pies,
tiene solamente nuestros pies
para guiar a los hombres en sus sendas.

Cristo, no tiene labios,
tiene solamente nuestros labios
para hablar a los hombres de sí.

Cristo no tiene medios,
tiene solamente nuestra ayuda
para llevar a los hombres a sí.

Nosotros somos la única Biblia,
que los pueblos leen aún;
somos el último mensaje de Dios
escrito en obras y palabras.

sábado, 28 de diciembre de 2019

¡SANGRE DE CRISTO, EMBRIÁGAME!


¡Sangre de Cristo, Embriágame! (Meditación)
Autor: Padre Pedro García.
Libro: "Sangre de Cristo”




Habíamos pecado, y perdidos sin esperanza, la condenación era nuestro único paradero. ¿Qué rescate íbamos a pagar a Dios por nuestra salvación?....Nuestras vidas rotas, nuestra sangre impura, contaminada por tanto pecado, no tenían ningún valor ante los ojos divinos. Pero vienes Tú Jesús, y con tu sangre inocente, purísima, tomada de las entrañas de la Virgen Inmaculada, pagas el precio subidísimo que exigía Dios.

Te presentas valiente ante el Padre, al que dices, apenas entras en el mundo: “Nada te importan los holocaustos y sacrificios por el pecado. Pero ¡aquí estoy yo!”. Y con este amor al Padre y a nosotros subes a la cruz, donde la sangre de tus venas se destila gota a gota sobre la tierra pecadora. Tú lo anuncias el día anterior cuando proclamas: “¡Mi sangre que por vosotros es derramada!”………Y vemos en el calvario cómo.

“Un mar de sangre fluye, inunda, avanza por tierra, mar y cielo, y nos redime”.

¡Jesús!, con razón nos dirá San Pablo que, reconciliando Dios consigo todas las cosas por medio tuyo, y aplacado por la Sangre de tu cruz, el cielo y la tierra, que antes éramos enemigos, nos podemos dar el beso de la paz.

Hemos sido rescatados de las garras de Satanás, del pecado y de la condenación eterna, “NO a precio de oro y plata, sino con la sangre preciosísima del Redentor Divino, el Cristo, el cordero sin mancha”. A estas palabras de Pedro, añadirá Pablo con vehemencia: “¡Habéis sido rescatados a gran precio! ¡En Cristo tenemos la redención por Su Sangre!”.

No es extraño entonces, Jesús, que los salvados ostentan en el cielo orgullosos, esplendidas vestiduras, “Lavadas y blanqueadas en la Sangre del Cordero”. Por eso también nosotros vivimos “con una confianza jubilosa de que entraremos en el santuario del cielo por virtud de la Sangre de Jesús, de esa sangre tuya, que, “con solo una gota puede salvar de todo pecado al mundo entero”.

Tu sangre beberemos, Señor, porque Tú nos la brindas cuando nos dices: “Tomad y bebed, que esta es mi sangre”. Así nos lo habías anunciado antes al prometernos en la Eucaristía: “Mi sangre es verdadera bebida”. A esa sangre debemos el vernos limpios de pecado, porque “Tu sangre, ofrecida inmaculada a Dios, bajo el impulso del Espíritu Eterno, nos purificó de todas las obras muertas del pecado y nos ha hecho capaces de rendir a Dios un culto dignísimo”.

Si te preguntase, mi Señor Jesucristo, qué es Tu sangre, tengo la seguridad de que me responderías:
Una bebida de amor,
Preparada en el amor,
Derramada por amor,
Y entregada por amor,
En el cáliz del amor.


Por eso, te digo con Ignacio, aquél gran Mártir Cristiano: “Oh Cristo, yo quiero por bebida Tu sangre, porque es amor incorruptible, porque es vida eterna”.

¡Oh Sangre de Cristo, sáname!
¡Oh Sangre de Cristo, sálvame!
¡Oh Sangre de Cristo, libérame!
¡Oh Sangre de Cristo, purifícame!
¡Oh Sangre de Cristo, santifícame!
¡Oh Sangre de Cristo, progràmame!
¡Oh Sangre de Cristo, Embriàgame!…

viernes, 8 de marzo de 2019

10 COSAS QUE OCURREN CUANDO VAS MÁS SEGUIDO A LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA


10 cosas que ocurren cuando vas más seguido a la adoración eucarística

Encontrar tiempo para ir a adorar al Señor en la Eucaristía puede ser difícil, pero si vamos con un corazón abierto, los resultados serán sorprendentes.


Por: Ruth Baker | Fuente: http://catholic-link.com/ 




La Eucaristía se describe en el catecismo como la “fuente y cumbre” de nuestra fe. Encontrar tiempo para ir a adorar al Señor en la Eucaristía puede ser difícil, pero si vamos con un corazón abierto, los resultados serán sorprendentes.

«Durante la comida Jesús tomó pan, y después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: “Tomen, esto es mi cuerpo” Tomó luego una copa, y después de dar gracias, se la entregó y todos bebieron de ella. Y les dijo: ′Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por muchos′»(Marcos 14, 22-24).

En la cultura actual la idea del crecimiento interior es muy poco valorada, es considerada una pérdida de tiempo o una costumbre pasada de moda practicada por nuestros antepasados ​​ingenuos. Por lo general solo el crecimiento exterior y el más palpable vale algo. La principal diferencia entre estos dos progresos (material y espiritual) es que el material siempre está fuera de ti. Este te ofrecerá ciertas sensaciones positivas, sin embargo, siempre estará coloreado con una especie de efímera e inconsistente temporalidad. Un progreso interior, por otro lado, significa que eres tú el que cambia haciendo tu espíritu más fuerte. Te puede sorprender el cambio que producirá en ti el tiempo que pases en la adoración Eucarística, este puede cambiarte de estas diez maneras:

1. Desarrollarás un sentido de asombro y maravilla
No hay nada como la atmósfera de una capilla o iglesia tranquila, el olor del incienso y el esplendor de la custodia para ayudarte a entender la verdad de lo que está sucediendo en la adoración. Estamos verdaderamente ante Jesucristo: su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Cuanto más te hundes en el silencio frente a Él, más te darás cuenta de que la única respuesta es la admiración y el asombro ante la grandeza de nuestro Dios.

2. Experimentarás la paz en otras áreas de su vida
Jesús dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14, 27). La paz externa que podemos experimentar en la adoración (la tranquilidad y el silencio) llega mucho más profundo: nos llena de una paz interior que afecta a todas las áreas de nuestra vida. Esto no significa que todo será perfecto y sin sufrimiento, pero la paz de Cristo nos hace tener la certeza de que las tormentas de la vida no nos harán naufragar.

3. Comenzarás a mirar fuera de ti mismo
Jesús nos dijo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13, 34). Pasar tiempo en adoración nos conecta con todo el mundo –después de todo, estamos gastando tiempo con el Creador de todas las cosas–. Pasar tiempo alabando y adorando a Dios te abrirá los ojos para poder mirar más allá de tus propias preocupaciones y ver las necesidades de los demás.

4. Algunas veces te aburrirás, pero…
Habrá momentos en los que no sentirás nada glorioso, estarás distraído y tu mente comenzará a divagar. Tal vez en un principio tu oración estaba llena de sentimientos maravillosos, pero luego, con el tiempo, no fue tan especial. Nuestra fe es más que un sentimiento. Con tu perseverancia Dios seguirá trabajando en ti y convirtiendo tu corazón. Ésta es la belleza de la Encarnación: Dios hecho hombre que entra en todas nuestras tensiones, miedos, problemas -También en el aburrimiento-. La adoración es un continuo volver a Él cada vez que (durante algunos minutos) nuestra mente divaga, dando a Dios el mejor regalo que podemos entregar: nuestro tiempo y compañía.

5. A pesar de que te cueste, estarás entusiasmado por ir
Estando delante de Jesús descubriremos que nos ama y que quiere pasar tiempo con nosotros, de esa forma ya no habrá ninguna excusa que te impida ir.  Si la adoración alguna vez se sintió como un deber, luego se convertirá en un acto de amor, en una necesidad; no solo por las cosas que podemos obtener, sino porque fuimos creados para adorar. Como decimos en la Misa, es “justo y necesario” darle gracias al Señor. La adoración se imprime en nuestros corazones y “nuestro corazón está inquieto hasta que encuentren nuestro descanso en Él” (San Agustín).

6. La Gracia entrará en tu vida
Es increíble como el simple gesto de darle un tiempo corto al Señor hace una gran diferencia en el resto de tu vida. Podemos llevar su presencia mucho después de dejar la iglesia o capilla. Su gracia es la que nos sostiene, sobre todo en los momentos de tentación, en los que nos será más fácil resistir cuando pasamos tiempo y nos llenamos de Él.

7. Te darás cuenta de lo afortunado que eres
Si es tan simple como coger el carro o incluso caminar a la capilla cercana, te das cuenta de lo afortunado que eres. Hay quienes les encantaría pasar más tiempo con Jesús pero no pueden hacerlo porque les es imposible salir de casa, están enfermos o muy ocupados. Luego están aquellos alrededor del mundo que arriesgan sus vidas por la Eucaristía en los lugares donde son perseguidos por su fe. Cuando te acuerdas de los que caminan durante horas o días en situaciones peligrosas con el fin de estar un ratito con Jesús, te das cuenta de que es un regalo poder orar abiertamente, y eso sin hablar de tener un sacerdote que pueda administrarnos los Sacramentos.

8. Descubrirás que Jesús tiene un muy buen sentido del humor
Cuanto más somos capaces de sentarnos y dejar que Dios nos hable (en lugar de gastar todo nuestro tiempo llenando el espacio de silencio hablando), nos daremos cuenta de que Dios tiene un muy buen sentido del humor: le gusta hacernos una broma o dos, y a veces esos momentos son lo suficientemente divertidos para que nos queramos  reír en voz alta.

9. Querrás ir a confesarte más seguido
Esto puede sonar aterrador, pero no lo es. La confesión nos permite experimentar el océano sin límite de la misericordia de Dios. Su misericordia abraza todos nuestros pecados y nos da una libertad sin miedo que nos permite dar el salto al amor y la bondad presentes en todos sus planes para nuestra vida. Una y otra vez acudir a la confesión nos hace renovarnos en la certeza de que estamos seguros en los brazos de un Padre que nos ama y “no se cansa de perdonarnos” (Papa Francisco).

10. Te enamorarás
Cuando pasamos mucho tiempo con el corazón abierto en adoración y dejamos que Cristo nos ame, entonces lo amaremos también. Ese amor nos define y nos permite ser nosotros mismos. “Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia” (Juan 10, 10).

Entonces, ¿qué esperas? ¡Haz una cita ahora con Jesús y deja que Él transforme tu vida!

domingo, 17 de febrero de 2019

POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL


"Por Cristo, con Él y en Él"
“Por Cristo” –Año Jubilar Sacerdotal-; “con Cristo” –Adoración Perpetua-; “en Cristo” –renovación de la Consagración de Palencia al Sagrado Corazón de Jesús”.


Por: Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre | Fuente: www.enticonfio.org 





La doxología que el sacerdote pronuncia al concluir la Plegaria eucarística de la Santa Misa –“Por Cristo, con Él y en Él”-, visualizada en estos estandartes que adornan el presbiterio, nos ofrece el marco de los tres eventos que hoy nos convocan: “Por Cristo” –Año Jubilar Sacerdotal-; “con Cristo” –Adoración Perpetua-; “en Cristo” –renovación de la Consagración de Palencia al Sagrado Corazón de Jesús”.

La imagen del Cristo del Otero se asoma de medio cuerpo en el estandarte, mostrando su rostro, de forma velada… ¡Todo un símbolo de nuestro seguimiento al Señor: en curso pero inacabado! Le conocemos, aunque todavía es un misterio por explorar; le amamos, pero en una medida inferior a la que Él tiene derecho a recibir de nosotros; esperamos en Él, pero no somos inmunes a los desalientos y desesperanzas…

En esta solemnidad del Corazón de Jesús, fijamos nuestros ojos en esta su imagen, con el deseo de ver cumplida la profecía de Zacarías citada en el Evangelio de San Juan: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19, 37). A Santa María, la que no sólo “miró” sino que llegó a “ver” el misterio de amor que se escondía en el Corazón de su Hijo, le pedimos que nos acompañe y ayude a abrir nuestro corazón en este acto de fe que nos disponemos a realizar.

Por Cristo

No es muy difícil suponer cómo nació la decisión del Papa de convocar este Año Jubilar Sacerdotal. El sucesor de Pedro, gracias al ejercicio de su ministerio, tiene una “atalaya” privilegiada para ver los problemas que acucian a la Iglesia, así como para discernir las prioridades pastorales que deben ser acometidas.

La preocupación por los sacerdotes ocupa un lugar prioritario en el corazón del Papa y en el Corazón de Cristo. También ha de ocuparlo en el nuestro. ¡He ahí la razón de ser de este Año Jubilar!

Las palabras de Benedicto XVI son muy claras: “Para favorecer la necesaria tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual, de la cual depende en gran medida la eficacia de su ministerio, he decidido convocar un Año Sacerdotal especial”. ¡Qué gran responsabilidad tenemos los sacerdotes! Sin exageración alguna podemos afirmar que los fieles que nos son encomendados, se van a ver condicionados, en gran medida, por nuestra santidad o por nuestra mediocridad.

En consecuencia, tenemos que aprovechar este Jubileo para reavivar la gracia que recibimos el día de nuestra ordenación sacerdotal, por la imposición de las manos (cfr. 2 Tm 1, 6). Nuestra identidad sacerdotal necesita de la celebración diaria y devota de la Santa Misa, la confesión frecuente, el rezo ordenado de la Liturgia de las Horas acompañado de la oración mental, la lectura de la Palabra de Dios, el rezo del Santo Rosario, la práctica habitual de los retiros sacerdotales y de los ejercicios espirituales anuales, el estudio ininterrumpido del Magisterio de la Iglesia, el recurso habitual a la dirección espiritual, el trato de amistad y la adhesión cordial con el Obispo y con los hermanos del presbiterio… La caridad pastoral ha de ser alimentada, de modo similar a como aquellas lámparas de las cinco vírgenes sensatas eran provistas de aceite (cfr. Mt 25, 1ss) ¡Estoy seguro de que si viviésemos intensamente estos medios de gracia, estaríamos desarrollando ya, sin pretenderlo incluso, la más eficaz de las campañas vocacionales!

El Año Jubilar Sacerdotal se inaugura coincidiendo con los 150 años del fallecimiento del Santo Cura de Ars, San Juan Maria Vianney. Quien hasta ahora era patrono de los párrocos, pasa a ser, según nos anuncia el Papa, patrono de todos los sacerdotes, independientemente de su cargo pastoral.

Fijémonos en la figura de nuestro patrono: no fundó nada fuera de su aldea de 230 habitantes, no escribió ningún libro, no organizó ningún viaje, no alcanzó ningún título académico, no asumió ningún cargo diocesano de responsabilidad… Se limitó a luchar hasta la extenuación por la oveja perdida en aquella lejana y diminuta aldea de Francia; se convirtió en un apóstol del confesionario, celebró la Santa Misa con gran devoción, catequizó a los niños con paciencia, visitó a los enfermos como a los preferidos de Cristo… Fue “simplemente” ¡sacerdote!

Con Cristo

Como bien sabéis, nos disponemos también a inaugurar la Adoración Perpetua en Palencia. Al concluir esta Eucaristía saldremos en procesión con el Santísimo Sacramento hasta la capilla de las Clarisas, donde será ubicada esta Adoración Permanente.

No dudéis de que estamos comenzando un proyecto vital para nuestra Diócesis. Nuestro objetivo es que haya siempre uno o varios palentinos ante el Santísimo Sacramento, intercediendo por la Iglesia y por el mundo entero. La importancia de la oración la vemos reflejada en la misma vida de Jesucristo. En efecto, el Evangelio nos cuenta que Jesús buscaba con frecuencia lugares solitarios y silenciosos, incluso robando horas al descanso nocturno, para hacer oración.

La eficacia de la evangelización no tiene como único instrumento la predicación o la administración de los sacramentos. Dentro del Cuerpo Místico de Cristo, existe una vocación muy especial de “maternidad espiritual”, que ejercitamos practicando la caridad, ofreciendo sacrificios y rezando, bien sea por los sacerdotes, bien sea en favor de nuestros familiares y conocidos, bien sea por otras personas necesitadas de la ayuda divina para poder afrontar situaciones complicadas en sus vidas… La Adoración Perpetua es una continua intercesión de unos por otros, que nace de la conciencia de que nada somos sin la gracia de Dios. Como dice el Salmo, “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas”.

Leo literalmente la invitación (8-XII-2007) que nos dirigió a todos los obispos el Cardenal Hummes, Precepto de la Congregación para el Clero: “Suscitemos en la Iglesia un movimiento de oración, que coloque en el centro la adoración eucarística continuada durante las veinticuatro horas, de tal modo, que de cada rincón de la tierra se eleve siempre a Dios incesantemente una oración de adoración, agradecimiento, alabanza, petición y reparación, con el objetivo principal de suscitar un número suficiente de santas vocaciones al estado sacerdotal y, al mismo tiempo, acompañar espiritualmente –a nivel del Cuerpo Místico- con una especie de maternidad espiritual, a quienes ya han sido llamados al sacerdocio ministerial”.

Pero, la Adoración Perpetua no será solamente un ejercicio para hablar con Dios; sino que será también –principalmente- un lugar de escucha. ¡Cuántas cosas quiere decirnos Jesucristo, y no encuentra en nosotros el momento de silencio y de acogida necesario! Si deseamos que el Espíritu Santo ilumine los pasos de nuestra vida, tendremos que ponernos en oración y darle ocasión para que nos inspire… ¡¡Qué menos!!

Por ello, os animo de corazón a que participéis en este proyecto. Yo mismo deseo implicarme personalmente en él. Soy beneficiario de vuestra oración, lo cual os agradezco profundamente, pero también estoy llamado a ser intercesor en favor vuestro. Dios nos ha puesto a unos en el camino de los otros, estamos todos en la misma barca –la barca de Pedro-, nuestra meta es la misma, los peligros que nos acechan son muy similares… ¿No será lógico y normal que recemos unidos, los unos por los otros, creciendo así en conciencia de corresponsabilidad en medio de la Iglesia y del mundo?

En Cristo

Por último, nos disponemos a renovar la Consagración de Palencia al Corazón de Jesús. La realizó por primera vez en esta Diócesis, hace 110 años, el entonces Obispo de Palencia, Enrique Almaraz.

La Consagración al Corazón de Jesús es un acto tan sencillo como profundo. Se trata de reafirmar consciente y libremente que hemos nacido del amor de Dios, y que reconocemos a Cristo como nuestro Salvador. Consagrarse es decirle a Cristo “totus tuus”, somos “plenamente tuyos” y queremos serlo en la práctica, no sólo en la teoría. Consagrarse es volver al “amor primero” del que nunca nos debiéramos haber alejado. Lo más trágico que ha podido suceder en nuestra vida es haber dado la espalda al Amor de Dios. Y, por el contrario, lo más gozoso es el regreso al Corazón de su Hijo Jesucristo, para comprobar que nuestro nombre ha estado inscrito en él desde toda la eternidad.

Pero, vamos a señalar un matiz importante, ya que no se trata de un acto meramente individual. Consagramos Palencia entera al Corazón de Jesús… ¿Por qué?

Somos corresponsables de lo que ocurre a nuestro alrededor. Jesús nos advirtió de ello al dirigirnos aquella palabra de vida: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Jn 8, 7). Por ello, la Consagración al Corazón de Jesús tiene también un componente importante de reparación, no sólo por nuestros pecados, sino también por los de los demás. En realidad, el mundo no se divide en buenos y malos, sino en corresponsables e irresponsables. El Cirineo no era menos pecador que los demás, pero tuvo la gracia de cargar unos metros con el peso del pecado del mundo, aliviando las espaldas de Jesucristo.

Consagrar Palencia al Corazón de Jesús supone también una toma de conciencia de que necesitamos abrirnos a Cristo para poder ser felices en nuestras relaciones sociales. La experiencia nos está demostrando que la auténtica justicia social se funda en Cristo, de forma que cuando le damos la espalda a Dios, nos embrutecemos; llegando incluso a ser incapaces de reconocer la dignidad de todo ser humano, especialmente de los más débiles… ¡Sin Cristo no hay justicia social! ¡Sin Cristo no hay hombre!

Ahora bien, el hecho de que consagremos Palencia entera al Corazón de Jesús, no quiere decir que estemos imponiendo nuestra fe a nadie. Cristo se propone, no se impone. Cristo está deseando llevar a cabo su reinado de amor entre nosotros, pero está esperando a que respondamos a su invitación personal y comunitaria: “Mira que estoy a la puerta llamando, si alguno escucha mi voz y me abre, entraré y cenaremos juntos” (Ap 3, 20).

Ese reinado de Cristo tiene una característica que le distingue de todos los demás. Su táctica consiste en transformar los corazones para que el mundo pueda cambiar. ¡Cambiar “cada uno”, para que las cosas puedan ser distintas!... ¿Y si yo cambiase en este día? ¿Y si tú también volvieses a nacer de nuevo? ¿Qué ocurriría si cada uno de los aquí presentes nos sumásemos a esta “ola concatenada” de transformación y de conversión? A buen seguro que podríamos ver realizada la profecía que se describe en el libro final de la Sagrada Escritura, en el Apocalipsis: “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra ya no existen (…) Entonces dijo el que está sentado en el trono: « Mira que hago un mundo nuevo»” (Ap 21, 1.5).

Corazón de Jesús, me fío de Ti porque lo puedes todo, me conoces del todo y me quieres a pesar de todo. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío!
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